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LA METAFÍSICA Y LA ISLA DE MOREL

Posted by on 8 de mayo de 2017

¿Por qué hay cosas y no, en cambio, nada? ¿Qué hace que algo sea ese algo? ¿Cuánto puede cambiar un ente y seguir siendo lo mismo? ¿Existe, de algún modo, Alonso Quijano, Rodión Raskólnikov o Spiderman? Si es así, ¿en qué plano de la existencia lo hacen? ¿Existen de la misma manera que lo hace Marco Aurelio, Rasputín o Vladimír Ilich Ulíanov? ¿Existen todos ellos del mismo modo que lo hace los zapatos que llevo puestos o un sombrero? Y si resolvemos que ninguno de los anteriores existen, ¿significa eso que es posible hablar  y teorizar de cosas que, en realidad, no existen? ¿Qué o quién somos? ¿Somos objetos? ¿Consciencia? ¿Si un violento accidente nos hace modificar completamente nuestra conciencia, memoria y comportamiento se podría sostener, razonablemente, qué seguimos siendo la misma persona? ¿Necesitamos una causa primera para explicar todo lo demás? Y si esta causa no existiera, ¿cómo condiciona esto al conocimiento? Y si existe, ¿cómo determina esta causa nuestras vidas, nuestra libertad? Todas éstas son preguntas metafísicas. Aristóteles llamó a esta disciplina filosofía primera, aquellas investigaciones acerca de la causa del mundo; que son el fundamento de toda la realidad y de todo el pensamiento posterior. Desde entonces, la metafísica es el conjunto de reflexiones, investigaciones y tesis que van más allá (o más acá, según se mire) de la física.

Imaginaos que después de un holocausto nuclear una comunidad sobrevive en un refugio atómico, dotado de lo imprescindible para alimentarse, asearse y recibir cuidados médicos durante, pongamos, un lustro. Esta comunidad, tras vivir completamente aislados del exterior, de no recibir ningún tipo de información del mundo, comienza a escuchar golpes sobre la escotilla, herméticamente cerrada por dentro y que los aísla. Aunque persiste el miedo a los posibles efectos que la radiación, que quizá todavía contamina el ambiente, les podría

provocar, la comunidad de supervivientes comienzan a debatir sobre el origen de los ruidos que se escuchan sobre sus cabezas y las implicaciones que esto supone: ¿Los supervivientes del exterior habrán conseguido, gracias a los avances tecnológicos, eliminar todo residuo nuclear y hacer habitable el lugar del estallido atómico? ¿Son aquellos golpes y ruidos, en realidad, consecuencia y prueba de la devastación del mundo exterior? ¿Los golpes sobre la escotilla que los aísla, y que presumiblemente los protege, serán producidos por una comunidad de supervivientes del exterior que intentan comunicarse con ellos para decirles que todo está en orden, que pueden salir de su encierro, volver a mundo exterior y continuar con sus vidas?

En su obra capital, La Crítica de la Razón Pura, Emmanuel Kant termina concluyendo que la metafísica no puede ser considerada una ciencia. Los objetos propios del estudio de esta disciplina no pueden ser captados por los sentidos, y por lo tanto son incognoscibles. El mundo nos insinúa que existe algo detrás de los entes, la cosa en sí; pero esta cosa en sí es inaprensible. Tratar de investigar acerca de estas entidades es absolutamente inútil. A pesar de todo ello, para el filósofo alemán la inquietud metafísica es inevitable, el ser humano no puede dejar de preguntarse por los primeros principios aunque no consiga jamás respuestas clarificadoras y definitivas. Por exhaustivas que sean sus investigaciones el ser humano no puede llegar más lejos de lo que le permite sus sentidos. Podrá, quizá, notar indicios de que existe algo más allá de su mundo circundante, pero jamás podrá aplicar a estas corazonadas un método de investigación propio de la ciencia. Del mismo modo, los supervivientes del holocausto nuclear sólo pueden resolver que los golpes al otro lado de la escotilla son producidos por alguna causa, pero no pueden, jamás, tener ningún tipo de conocimiento sólido sobre esta causa, al menos, mientras no se decidan a abrir la escotilla.

Otro alemán, Martin Heidegger, sostiene que el hombre y la mujer son, en esencia, seres metafísicos. Dice el autor de Ser y Tiempo que las personas son arrojadas al mundo sin una identidad, sin un proyecto. El ser humano se decide a si mismo. Está obligado, constantemente, a elegir, a tomar decisiones y esto lo determina, lo hace ser. Potencialmente podríamos ser abogados, arquitectos, comunistas, leñadores, mentirosos, hindús, temperamentales, cocineros, amantes de los animales o ecologistas, astronautas, soñadores o culturistas… Serán nuestras acciones las que determinarán que seamos una, otra cosa o varias de éstas a la vez. Es decir, para Heidegger somos nuestra propia primera causa, y por tanto metafísicos.

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¿Leísteis la Invención de Morel? En esta novela del escritor argentino Adolfo Bioy Casares se cuenta como un fugitivo, en su huida, llega hasta una isla. Allí todo parece real: los árboles, las mareas, los y las excursionistas, su miedo a ser descubierto y hasta los dos soles que brillan en lo alto. Finalmente el protagonista descubre que no todo en la isla existe en realidad, pero lo más controvertido es que no resulta, tampoco, sencillo distinguir aquello que en la isla es real de aquello que no lo es. Eso también es metafísica.

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