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LA FILOSOFÍA Y SU SENTIDO.

Posted by on 27 de octubre de 2017

Una de la pruebas que constata la complejidad de la filosofía como disciplina es que tras veinticinco siglos de historia todavía no existe una definición clara acerca de lo que estamos hablando cuando hablamos de filosofía. Dentro de las obvias y legítimas matizaciones, cualquier persona dedicada a la medicina, la física teórica, la agricultura, la arquitectura, la pesca podría explicar, con meridiana claridad, la definición, función y objetivos básicos de su disciplina, alcanzando, con toda seguridad, un amplio consenso entre sus colegas. Pues bien, tras su tercer milenio de existencia, en la filosofía esto está lejos de ser así. La confusión del asunto es tal que Pitágoras, filósofo del siglo VI a.c, al que se le atribuye la acuñación del termino ´filosofía´, posiblemente nunca existiera; y la escuela supuestamente por él fundada se limitó a un grupo de pensadores, que formaron algo muy similar a una secta, que se denominaron pitagóricos en honor a un individuo cuasi-mitológico de cuya existencia real se duda.

En todo caso, fuera Pitágoras una persona real, la filosofía es producto de la Polis, y posiblemente la Polis sea consecuencia, en parte, del debate filosófico. Puede que Sartre exagerara cuando afirmaba que el otro es el infierno, y en cambio pienso que el otro es también la razón; y creo que ese fue el gran descubrimiento de la Grecia Clásica. El debate, los discursos públicos, son el reconocimiento explícito de que la verdad y la razón no reside, por completo, en uno mismo y es sólo en el espacio público, en el ágora, donde la verdad se puede dar. La mayeútica socrática, como método; y los Diálogos de Platón, como testimonio documental, es la teorización del debate como fundamento originario del ejercicio filosófico: la verdad se desvela en el discurso público. El otro no es el infierno; el otro es el juicio, el criterio, el debate, el consenso o el disenso, la réplica, la razón; algo así como la demostración empírica, o externa, de nuestro fuero interno.

Mi profesor de filosofía del instituto decía, creo que medio en serio y medio en broma, que la filosofía tenía un origen patológico. Cuestionarse la realidad, reflexionar sobre el ser o la verdad únicamente podía ser fruto de alguna clase de enfermedad. “Un tipo sano -decía- se limita a vivir, no a reflexionar sobre la vida”, y posiblemente tenga razón. Creo que fue Gustav Jung el que entendía la existencia humana como una enfermedad. El ser humano era, al mismo tiempo, paciente y causa de su patología, y la filosofía, decía el psicoanalista suizo, era el único tratamiento válido que uno podía aplicarse. Algo similar piensa Gianni Vattimo cuando habla de la función edificante de la reflexión filosófica.

Hace ya algún tiempo que abandoné la vida de estudiante, pero por aquel entonces (apuesto que sigue siendo así) el o la docente comenzaba el curso interrogando a sus alumnos sobre qué era la filosofía. Recuero que en bachiller, y unos años después también en la universidad, mis compañeras y compañeros se animaban a ofrecer algunas respuestas. Tras varios intentos infructuosos lo que terminaba por reinar era la perplejidad entre el alumnado. ¿Y si la perplejidad es el origen y motor de la filosofía?. La vida es siempre perplejidad decía Ortega y Gasset. Quizá no seamos enfermos, al fin y al cabo, sino perplejos.

Otra posibilidad: ¿Y si la disciplina y la tradición filosófica fuera consecuencia o artífice de un error? En el siglo XX Wíttgenstein, y el Círculo de Viena, llegó a sostener que la filosofía era el producto de una confusión, en concreto de muchos errores lingüísticos concatenados. Para el pensador que combatió en la I Guerra Mundial la filosofía debía limitarse a resolver las confusiones del lenguaje, a resolver los problemas creados por un mal uso de éste durante siglos. Esto significaba el fin de la filosofía, para convertirla en una suerte de filología hermenéutica, o algo así. Coetáneo de Wittgenstein, pero más longevo, Martin Heidegger también señaló hacia un error de la tradición: el olvido del ser. Para el autor de ´Sein und Zeit` la investigación sobre el Ser era la esencia de la actividad filosófica, y dicha investigación fuera olvidada desde Sócrates. Leer exclusivamente a Nietzsche y a los presocráticos era el consejo de Heidegger para los jóvenes estudiantes de filosofía.

Ya veis, esto de arrojar luz sobre la cuestión “¿Qué es la filosofía?” no resulta nada sencillo. ¿Y si filosofía fuera, al fin y al cabo, ésto? Una búsqueda constante, incansable y quizá, quién sabe, infructuosa. Wittgenstein concluyó en el `Tractatus` que “de lo que no se puede hablar, mejor callar”. Pero, ¿y si no podemos permanecer callados?. Esto se parecería mucho a una enfermedad. ¿Y si los griegos iniciaran una investigación estéril hace veinticinco siglos y nosotros seguimos en ella?. Sísifo fue condenado, por toda la eternidad, a arrastrar una piedra a la cima de una montaña una y otra vez. ¿Y si la filosofía es el Sísifo de la humanidad? ¿Estaremos condenados a buscar respuestas que no existen?

Platón fue el primero en sistematizar su pensamiento. Para el griego existía una idea superior de la que participaban todas las demás. La verdad, la belleza y la justicia era la triple naturaleza de una misma Idea, la cúspide del pensamiento; la realidad última que el Filósofo Rey debía observar. Todo lo verdadero era justo y bello al mismo tiempo. A esto convenimos en llamar ´intelectualismo moral`. Siglos de guerras religiosas, invasiones, capitalismo, dos contiendas mundiales y la posmodernidad no nos permiten ser tan ingenuos como lo fue el discípulo de Sócrates, pero sigo pensando que el núcleo temático de la reflexión filosófica es la verdad, la justicia y la belleza. Ahora sabemos que lo justo, lo bello y lo verdadero, lamentablemente, no están interconectados, pero no alcanzo a comprender nada más relevante sobre el qué investigar. Quizá estos tres conceptos es aquello “de lo que no se puede hablar”, pero sin embargo no podemos dejar de hacerlo. Las ideas trascendentales del entendimiento, decía Kant.

Dios no existe, o ha muerto, y eso nos deja sin coordenadas, sin referencias ni referentes. También sin coartadas. No estamos viviendo el fin de la filosofía, ni mucho menos. En la era de la ciencia, la tecnología y la muerte de Dios, la filosofía debe ocupar el lugar de éste. El ser humano debe subirse en los hombros de la tradición para crear nuevos valores, referencias y referentes. ¿Qué es lo bello? ¿qué es lo justo? ¿qué es lo verdadero? Ahora sabemos que nunca tendremos respuestas cerradas, pero no podemos dejar de investigar y avanzar. Nunca sabremos si vamos por el camino correcto, pero, al igual que Sísifo, estamos condenados a arrastrar la piedra. Edmund Husserl decía, en un ejercicio de falsa modestia, que los filósofos eran los funcionarios de la humanidad, y posiblemente tenía razón. La humanidad necesita un fundamento teórico, unos criterios conceptuales y unos objetivos teóricos para funcionar; y ésta es una función que la ciencia no puede abordar. La ciencia describe el mundo, la filosofía le busca sentido. La filosofía es una búsqueda incansable, enfermiza, infructuosa y discursiva de sentido.

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